Juan Goytisolo ante el fantasma de Virgilio Piñera y la deriva autoritaria de la Revolución Cubana

Juan-goytisolo.jpg
Fotografía de Peter Groth (Wikipedia)

«Fui de nuevo a Cuba con el Salón de Mayo en 1967, a la exposición organizada por Carlos Franqui. Puedo decir que durante mis dos primeros viajes a La Habana no me di cuenta de que existía esa persecución a los homosexuales, a pesar de que supe, posteriormente, que ya había habido antecendentes, casos aislados. Pero en 1967, mientras estaba en La Habana por tercera vez, fue que descubrí lo que ocurría realmente».

«Tuve la visita de un gran escritor cubano, me refiero a Virgilio Piñera, escritor de una importancia grande como la de Alejo Carpentier o Lezama Lima, autor de cuentos, novelas, obras de teatro, etc. Virgilio me contó entonces todo lo que pasaba. Me habló de la existencia de la UMAP, me dijo que había más de setenta mil homosexuales encerrados en esos campos, que él mismo vivía bajo el terror de ser denunciado otra vez por el Comité de Defensa de la Revolución y ser arrestado. Me di cuenta de que tenía mucho miedo porque no quiso que habláramos en el cuarto del hotel ni en el vestíbulo. Él quería que camináramos por el jardín, pues estaríamos más seguros. Virgilio me dio una impresión tal de soledad, de alguien acorralado. Cuando lo vi partir, tan frágil, envejecido, marcado por la experiencia, verdaderamente fue algo que me trastornó, que me hizo pensar seriamente en la evolución de la Revolución y a tener dudas sobre ella».

Juan Goytisolo, entrevistado para el documental Conducta impropia, de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal. Conducta impropia, Editorial Egales, Madrid, 2008, pp. 84-85.

«Marraquech, 7-2-08

Quiero asociarme de todo corazón al merecidísimo homenaje que la Filmoteca de Andalucía tributa a mi amigo Néstor Almendros. Excelente cineasta y persona de gran honestidad y lucidez, su desaparición conmovió a todos sus amigos.

Le conocí en La Habana, a fines de 1961 a través de su padre, don Herminio Almendros, conocido pedagogo republicano exiliado en la isla y fundador en 1959 de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos. Desde entonces mantuvimos una estrecha amistad y nos vimos con frecuencia en París y Nueva York.

Néstor fue el primero en señalarme la deriva autoritaria de la Revolución que tanto a mí, como a muchos demócratas europeos y americanos, parecía colmar nuestros sueños. Cuando volví a Cuba en 1962, él acababa de exiliarse. Poco a poco, comprobé que sus advertencias no eran producto de un anticomunismo visceral sino de un análisis ponderado y sereno.

Le presté ayuda en sus difíciles comienzos en París y celebré su labor en los medios cinematográficos franceses. Tras su triunfo en los Oscars hollywoodenses, me contactó para que participara en el rodaje de Conducta impropia, junto a Susan Sontag y a otros amigos.

Recuerdo ahora mi visita a su estudio neoyorquino en el quicuagésimo aniversario de King Kong: nos fotografió a Reinaldo Arenas y a mí con el célebre gorila encaramado en el Empire State Building.

Meses antes de su fallecimiento, víctima del que Severo Sarduy llamara “monstruo de las dos sílabas”, me invitó a participar en un guión que preparaba sobre una novelita sobre los Abencerrajes granadinos. Tres meses después, la noticia de su muerte me llenó de tristeza. Él formaba parte, junto a Cabrera Infante y Severo Sarduy, del círculo de mis añorados amigos cubanos».

Juan Goytisolo

In the Park (1962)

Fotograma de In the Park (1962), de Orlando Jiménez Leal.

Fotograma de In the Park (1962), de Orlando Jiménez Leal.

Al poco tiempo de la censura en Cuba del documental PM, que realizó junto a Sabá Cabrera Infante, el director Orlando Jiménez Leal tomó el camino del exilio y aterrizó en Miami. Allí filmó In the Park, un filme que según sus palabras «retrata un domingo cualquiera en el Parque de las Palomas».

«A través de unas imágenes que parecen distantes, de la soledad de los viejos y a pesar de la belleza del paisaje y de la alegría de los niños que juegan, se percibe la tristeza del destierro», dice Jiménez Leal, quien accedió en esta entrevista a relatar su experiencia con «un cortometraje que cierra nuestro estado de ánimo y nuestra exaltación con el free cinema«.

Nunca antes estrenado, In the Park es una de esas pequeñas joyas en miniatura que esperan por su descubrimiento. Por cortesía del director del filme, DIARIO DE CUBA lo exhibe en calidad de estreno.

¿Cuándo y cómo se filmó In the Park? ¿Quiénes participaron en la producción?

Fue en la primavera de 1962, posiblemente marzo o abril. In the Park se filmó en el Bay Front Park de Miami, al que los cubanos de entonces llamaban el Parque de las Palomas.

Mi amigo el teatrista Juan Guerra y yo, acabados de salir de Cuba, tristes y sin un centavo en el bolsillo, vagábamos con nuestro surmernage por el parque con un extraño sentimiento de desarraigo, pensando en Cuba, tan lejos y a la vez tan cerca.

Armado de una hipersensibilidad especial, empecé a ver cosas que quizá en otra circunstancia hubieran pasado inadvertidas: cojos, viejitas maquilladas haciéndose fotos unas a otras, niños paralíticos, vendedores ambulantes y un negro, viejo y solo, tocando un nostálgico blues. Un día Juan me sugirió la idea de hacer un corto sobre el parque. Él fue mi asistente de dirección. No hubo nadie más.

En una entrevista anterior que te hice decías que una vez que terminaste ese corto documental te fuiste a Nueva York a intentar venderlo y que no pudiste, que era demasiado pretencioso. ¿Sigues considerándolo pretencioso?

Al terminar el corto, loco de contento con mi cargamento, me fui a Nueva York con la idea de venderlo allí. Yo tenía 20 años, era algo arrogante y acababa de descubrir Nueva York y la música barroca (aunque no necesariamente en ese orden).  Impetuoso, toqué todas las puertas.  A todos les gustaba, me hacían comentarios realmente elogiosos, pero no lo compraban… Hoy al ver las cosas con cierta distancia no creo que el corto fuera pretencioso. El pretencioso era yo, que creía que aquel pequeño filme de apenas 10 minutos, hecho casi sin recursos, de una manera modesta, podía ser considerado por las grandes empresas de televisión norteamericanas. Digamos que lo rechazaban con entusiasmo.

Realizado en 16 milímetros y con pocos recursos, hay una riqueza artesanal que no se ve en las grandes producciones, toda la fuerza visual emana de lo simple, de pequeñas escenas de la vida anónima. ¿Sentías una obsesión por contar lo efímero de la vida y las pequeñas escenas cotidianas?

Soy una persona muy curiosa.  En realidad siento una enorme curiosidad por la gente, pero a la vez soy tímido y no me gusta acercarme demasiado a las personas; la cámara oculta, el free cinema, te da la oportunidad de observar de lejos, de ser un voyeur. En Cuba, esa palabra, voyeur (rescabuchador), adquiere, además, unos tintes obscenos porque de alguna manera implica que con la mirada acaricias a alguien también. Esa gente que yo fotografié, inocentemente, una tarde en un parque, no tenía idea de que 54 años más tarde esas pequeñas escenas cotidianas, que tanto te gustan, iban a ser observadas por alguien como tú que ni siquiera había nacido; esas pequeñas representaciones efímeras, esos gestos, eran de gente actuando para mí.  Y no lo sabían. Lo curioso es que yo tampoco.

A diferencia de PM, que provocó un escándalo y fue prohibida y confiscada, In the Park se hizo enteramente en libertad y, sin embargo, nunca tuvo un estreno.  ¿Cuál lección de vida sacas de ambas experiencias cinematográficas, de por sí contradictorias?

Bueno, PM se filmó en un Estado policíaco. In the Park, por el contrario, se hizo en una sociedad abierta donde el individuo no tiene ninguna importancia colectiva y es exactamente eso: un individuo. ¿Qué lección saco de toda esta locura? Pues no te metas con la policía, porque a ella, como decía Raymond Chandler, no hay manera de decirle adiós.

Publicado en Diario de Cuba.

Una reliquia habanera en EastmanColor

Carnaval_1

Fotograma de Carnaval.

Mientras La Habana bullía en sus carnavales de 1960, un equipo de jóvenes e inexpertos cineastas intentaban capturar la atmósfera festiva de la ciudad.

«Joe Massot consiguió que Alfredo Guevara, presidente del Instituto de Cine (ICAIC), le asignase la dirección de un documental sobre el carnaval.  El corto, de 20 minutos, se haría en coproducción con el Ayuntamiento de La Habana, con el objetivo de atraer turistas a Cuba», recuerda Fausto Canel, su codirector.

Nacido en Nueva York e hijo de madre cubana, Massot formó parte del recién creado instituto de cine. Se fue de Cuba en 1961 y falleció en Londres en 2002.

«Con su enorme talento para engatusar, Massot consiguió que el presupuesto implicase filmar en 35 milímetros y en color, algo nunca visto en el ICAIC hasta ese momento. A mí me ofreció la realización, conservándose él la dirección de los actores que, de hecho, nunca habían actuado. La calle neoyorquina le había enseñado a Joe que la suerte no se espera, sino que se crea», dice Canel.

Pero para entonces en Cuba no se podía procesar película fílmica a color y el negativo debió ser enviado al laboratorio Deluxe de Nueva York para su revelado. Conversamos sobre este tema con Fausto Canel.

Filmado en EastmanColor, con actores y unos créditos animados, y luego un estreno con alfombra roja, el documental parecía seguir los patrones de Hollywood más que los de un país que comenzaba a hacer cine revolucionario.  A la luz de los años, ¿qué representa ese documental para ti?

Representa precisamente eso, mi primera oportunidad de hacer cine con «todos los hierros».  Habría que agregar que los créditos de Carnaval, dirigidos por Jesús de Armas, fueron el primer trabajo del Departamento de Animación del ICAIC, creado para la ocasión.  Al mismo tiempo, el ICAIC produjo Ritmos de Cuba, también en EastmanColor, dirigido por Néstor Almendros con la misma actitud de entretenimiento. Como dije antes, es difícil imaginar los vaivenes de la política cultural del ICAIC en aquel momento. Una de cal y otra de arena. Por si acaso.

El documental se estrenó en La Rampa para el 26 de julio de ese año, en exhibición especial, junto a otros seis cortos producidos por el ICAIC. Más tarde, su proyección en los cines del país ayudó a distraer a una población preocupada por las tensiones cada día mayores entre EEUU y Cuba. De hecho, las sanciones económicas impuestas por EEUU a finales de ese año dieron como resultado que el ICAIC nunca pudiese recuperar el negativo, ya que nunca pagó los gastos del laboratorio Deluxe en Nueva York. Solo se importaron tres primeras copias que de tanto ponerse en su momento ya no existen.

En una entrevista que diste a Lunes de Revolución decías que el documental tenía una doble función, turística y política, aunque yo no veo nada de eso. ¿Pudieras abundar en esos aspectos?

Es imposible para los que no vivieron la época imaginar los tumbos que daba la revolución cubana en aquellos primeros meses. Pensado para una distribución internacional, Carnaval intentaba estimular el turismo mermado por la mala propaganda que crearon los fusilamientos sin juicio a partidarios de [Fulgencio] Batista, lo cual en sí mismo era contrapropaganda política.

Carnaval_2

Fotograma de Carnaval.

En tus textos has recordado todas las vicisitudes y trabas que ponía el ICAIC para que cineastas exiliados tuvieran acceso a su propia obra y has narrado cómo, por casualidad, Néstor Almendros vino a dar con una copia de Carnaval que estaba archivada en los laboratorios Deluxe en Nueva York. ¿Pudieras abundar en esto? ¿Por qué la copia del documental se quedó en Nueva York?

Ya señalé en otra parte la alegría en la voz de Néstor cuando una mañana de 1989 me llamó desde el laboratorio Deluxe, donde terminaba la corrección de luces del episodio de Martin Scorsese para New York Stories.

«Los recuperamos, Fausto, los recuperamos», me decía lleno de entusiasmo desde la oficina del director del laboratorio.

Yo no entendía nada. «¿De qué hablas, qué recuperamos?»

Néstor trabajaba esa mañana en el laboratorio en Manhattan cuando el director se le había acercado y le había dicho: «Almendros, ¿sabe usted que en las bóvedas tenemos dos cortos cubanos?».

«No», le respondió Néstor. «¿Cuáles?»

El hombre consultó sus apuntes: “Ritmos de Cuba es uno, y el otro, Carnaval.”

Era realmente increíble.  No sabíamos que los negativos estuviesen todavía allí.

«Sí», me contaría Néstor que le explicó el director del laboratorio. «Los revelamos y enviamos los rushes a La Habana y luego tiramos unas pocas copias… Pero el ICAIC nunca nos pagó y cuando se rompieron relaciones con la Isla y se instauró el embargo comercial, los negativos ya editados se quedaron en nuestras bóvedas… Desde entonces están ahí…»

«¿Y es posible que obtengamos una copia?»

«Mire, como directores tienen derecho a una copia en vídeo para su uso personal, pero me tienen que firman un acuerdo por el cual se comprometen, so pena de procesamiento judicial, a no comercializar los cortos.  Esas películas son propiedad del ICAIC y a ese organismo se las devolveremos cuando nos hayan pagado lo que nos deben.»

Al día siguiente, en el laboratorio, vimos Ritmos de Cuba y Carnaval por primera vez desde su estreno en el cine La Rampa,  en el verano de 1960, 29 años antes. Una impresión difícil de describir y que luego volví a sentir cuando tuve la oportunidad de ver de nuevo Desarraigo, Papeles son papeles, Torrens y El final, películas que he conseguido recuperar con los años.  Muchos años.  (Todos esos filmes se pueden ver en el sitio web de Fausto Canel.)

En contacto con un ejecutivo de Deluxe me comentaba que los archivos fílmicos que tenía ese laboratorio en Nueva York fueron trasladados a Hollywood y, preguntándole por el negativo de tu cortometraje, me aseguró que la copia no aparece.  De aparecer  el negativo y de pagar el ICAIC una factura que data de 55 años atrás, ¿crees que tu documental debería tener su revival?

Creo que más allá del valor cinematográfico que todavía pueda tener, el corto es una reliquia, una pieza de museo sobre una revolución que daba tumbos y vaivenes políticos. De ahí su existencia.  Es también una oportunidad de ver La Habana antes del derrumbe y a los habaneros gozando de una libertad que no les iba a durar mucho.

Publicado en Diario de Cuba.

El estreno de Julio García Espinosa como censor cinematográfico

13001280_1376628399029753_6630057788294878172_nEste fue el estreno como censor de Julio García Espinosa, entonces vicepresidente del Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficos (ICAIC).  Junto a otros viejos militantes del Partido Socialista Popular (PSP, de filiación comunista), García Espinosa fue uno de los acérrimos detractores del filme PM, cuya censura causó un malestar generalizado entre los intelectuales cubanos y provocó las reuniones de la Biblioteca Nacional en las que participó la plana mayor del gobierno, entre ellos el presidente Osvaldo Dorticós y el primer ministro Fidel Castro.  La intervención de Julio García Espinosa tuvo lugar en la sesión del 23 de junio de 1961.

Julio García Espinosa.—Yo había hecho unas notas porque no soy muy hábil en la improvisación, y además porque de lo que voy a hablar es un hecho, tal vez el primer hecho conflictivo que se presenta en el ambiente cultural, no por el hecho en sí mismo como se dijo en la pasada reunión, sino por las reacciones y las actitudes que este hecho ha producido y que ya existían antes del hecho mismo. Hablo también de esto –del cuidado en la improvisación– porque no quisiera que en ningún momento se pudieran tomar mis palabras o las frases que yo diga como una actitud de crítica personal a nadie.

Además quiero aclarar que vamos a hablar específicamente de cine y que tal vez, de todas las artes, es el cine el que más características de arma ideológica presenta y, por lo tanto, puede muy bien aplicarse algunas de las cosas que yo diga aquí al cine y no a las otras artes. Concretamente vamos a hablar de PM.

PM es un filme experimental que hicieron unos compañeros, Orlando Jiménez y Sabá Cabrera, en 16 milímetros, que llevaron a la televisión y no tuvieron problemas cuando se exhibió en la televisión, que intentaron exhibirlo en un cine y para ello tuvieron que llevarlo al ICAIC, es decir, al Instituto de Cine. El ICAIC vio el filme y decidió suspender la exhibición de este filme. Esto trajo muchos comentarios y diversas reacciones; reacciones y comentarios que afloraron en toda su fuerza en la reunión que más tarde se celebró en la Casa de las Américas. Allí se oyeron varias cosas, entre ellas, que la actitud del Instituto del Cine respondía a un hecho personal de la Dirección del Instituto del Cine con los realizadores. Esto se aclaró perfectamente, primero porque el filme fue procesado en los laboratorios de 16 milímetros del ICAIC. Ya de por sí, esa actitud hacía ver que de ninguna manera podía haber ninguna reacción de tipo personal por la dirección del Instituto.

Después se aclaró que la dirección del Instituto había consultado con otros compañeros más responsables del Gobierno y que estos también [habían] estado de acuerdo con la suspensión de la exhibición del filme. Es decir, que el hecho personal quedó perfectamente aclarado que no existía. Después se habló también de por qué la dirección del Instituto no había llamado a los compañeros realizadores del filme para tener un cambio de impresiones con ellos y explicarles que habían estado equivocados en la proyección que le habían dado al filme. Eso, si se recuerda bien cómo sucedieron las cosas, era prácticamente imposible. Era prácticamente imposible porque lo que sucedía no era la realización de un filme común y corriente que se lleva al ICAIC, que la Comisión de Estudio y Clasificación lo prohíbe o determina sobre él en una forma u otra y, como es su costumbre, una vez que se determina, se comunica oficialmente a las personas interesadas y entonces es que se habla con ellos. No fue solamente eso, sino que ya cuando el filme se exhibe en televisión, antes de llevarse al ICAIC, y ya cuando está en manos del ICAIC, se crea toda una atmósfera alrededor del filme, que refleja que no es solo el hecho de los realizadores los que están en conflicto con el ICAIC, sino todo un sector del ambiente artístico y específicamente, si se quiere, del ambiente más ligado a las cuestiones de cine y de teatro.

Tan es así, que esos comentarios no solo fueron dichos en pasillos, en cafés, en calles, entre amigos, sino inclusive se llegaron a publicar y se dio la situación de leer algunas críticas donde se llegaba a afirmar que ese era el tipo de cine que debía hacerse en Cuba. Ante esta situación, el conflicto con la película dejaba de ser un conflicto con la película para convertirse en un conflicto con algún sector en el ambiente teatral.

De todas maneras, como quiera que estaba en juego en algunas bocas la libertad de expresión, el ICAIC creyó bien, puesto que se hablaba del procedimiento que se había seguido, en ir a una reunión con los interesados y con artistas y escritores en la Casa de las Américas para que, si el procedimiento, y más que el procedimiento, porque como ya se dijo en la otra ocasión también aquí, el procedimiento es una cosa perfectamente legal y se aclaró allí, que más que el estilo, que era la palabra que más encajaba en esta ocasión que había molestado, se daba otra vía que era la de llevar el filme a distintas organizaciones representativas de masa para que ellas determinaran qué había de hacerse con el filme: si estimaban que el filme debía de exhibirse, el ICAIC estaba dispuesto a rectificar su decisión.

Sin embargo, puede decirse que toda la reunión en la Casa de las Américas se desvió por el aspecto accesorio de este problema y no por su aspecto esencial. Se discutió allí mucho del procedimiento que, a nuestro entender, es lo accesorio. ¿Por qué? Porque aun en el caso de que no hubiera sido aclarado totalmente todo lo que concernía al procedimiento, o al estilo, siempre todos esos compañeros sabían que la Revolución garantizaba una rectificación o una modificación de ese estilo para estos casos, que por lo tanto aquello no podía ser de ninguna manera lo esencial. Lo esencial era el análisis del filme, lo esencial era ayudar a aquellos compañeros que habían realizado ese filme. Sin embargo, no fue la inclinación, sobre todo de los que defendían a los realizadores de este filme, ayudarlos, discutir los problemas concernientes al análisis del filme; fue más bien toda la discusión canalizada a través de lo accesorio del procedimiento.

¿Por qué? ¿Por qué ocurrió esto? ¿Por qué nosotros o por qué esos compañeros que se decían amigos de estos realizadores, que se decían defender a estos realizadores, no aprovechan la oportunidad para hacer una crítica constructiva de ese filme? ¿Por qué no se aclaró, o por qué no se discutió la realidad que estamos viviendo nosotros en este momento? ¿Por qué no se habló allí de que estamos en el Año de la Educación, de que ese filme que reflejaba una parte de nuestra realidad, la parte de lo viejo de nuestra realidad, podía ser un arma muy útil en manos del enemigo? ¿Por qué no se discutió o se habló allí de cómo la Revolución ha reivindicado al negro y de cómo ese filme se presta a equívocos en lo que representa al negro? No se habló porque, indiscutiblemente, hay una cierta inquietud en lo que respecta a un arte que sirve, que se identifica y que defiende a la Revolución. Esa inquietud se manifiesta de muchas maneras. A veces se habla de que, cuando un arte se identifica o defiende a la Revolución, corre el peligro de ser un arte propagandista. La propaganda ha sido casi una mala palabra entre nosotros. Y con razón. Con razón porque la propaganda aquí se había entendido, y era cierto además, que se utilizaba para divulgar un producto independientemente de las calidades de este. Pero nosotros tenemos propaganda hoy en día, o divulgación si se quiere, de todo lo bueno que hace la Revolución. Y nosotros todos sabemos que ese tampoco es el papel del artista; el artista va mucho más lejos que la simple divulgación de un hecho nuevo o de un hecho bueno. Todos nosotros sabemos que el artista trata de ir hacia la realidad viendo lo viejo y lo nuevo, la lucha de lo viejo y lo nuevo. Y creemos nosotros que es mucho más artista revolucionario el que toma partido ante esa realidad, ante esa lucha de lo viejo y lo nuevo, el que toma partido por lo nuevo (…).

Nosotros sabemos que no es tal la actitud de un artista revolucionario la de plantear una tesis personal o subjetiva a la hora de enfrentarse a la realidad, sino que es la propia realidad la que va determinando ese aspecto nuevo ante el cual el artista toma partido. Hay hechos grandes y evidentes que así lo demuestran. Como, por ejemplo, sería absurdo tratar la realidad de Argelia sin tomar partido por los argelinos; como sería absurdo reflejar la realidad nosotros, en su aspecto más general, en la lucha contra el imperialismo, sin tomar partido contra el imperialismo. Este proceso se produce –a nuestro entender– aun en las realidades más pequeñas.

Eso era –a nuestro entender– las cosas que se tenían que haber discutido allí, y se tenían que haber discutido porque inclusive los realizadores del filme no solo no toman partido por lo nuevo, sino que ni siquiera señalan lo nuevo. Es decir, lo único que se había reflejado en el filme era lo viejo. ¿Qué sucede entonces? Se llega a hablar hasta de la libertad de expresión, es decir, aquellos compañeros que había que ayudarlos, que había que contribuir a su desarrollo con una discusión constructiva sobre el análisis del filme; se llega a poner en evidencia que puede haber problemas con la libertad de expresión, cuando todos los compañeros saben que esa es una palabra muy sensible, tan sensible que el enemigo la utiliza en no pocas oportunidades. Sabemos lo que es el libre juego de las elecciones, sabemos lo que es la libre empresa, sabemos lo que es el mundo libre. Sin embargo, cuando se va a utilizar esa palabra, hay que utilizarla con un poco más de responsabilidad.

primera-parte

Acta oficial de censura del filme PM.

Pero se habló de la libre expresión, y uno se preguntaba qué libertad en definitiva es la que se está reclamando. Nosotros también estamos de acuerdo en que hoy disfrutamos de una libertad que nunca habíamos soñado, que tenemos todas las condiciones para que se nos pueda estimular, que tenemos todos los medios para difundir nuestra obra. En fin, que lo único que sucede en este campo es que no se puede pedir por una libertad que dañe, aunque sea mínimamente, a la Revolución.
Para referirnos a un hecho concreto que también estuvo girando alrededor de este problema, vamos a mencionar, aunque sea brevemente, el free cinema. El free cinema es un movimiento de cine que surge en Inglaterra al calor de unas determinadas condiciones sociales. Es bueno decir que el ICAIC, y mucho menos la Revolución, no tiene nada contra el free cinema en lo que respecta a los medios y a toda una serie de ventajas más bien de tipo mecánico que él representa. Pero el free cinema surge en Inglaterra cuando las productoras, las grandes productoras de películas de ese país, están en manos de la gente más convencional, más reaccionaria, más timorata, etc. Estos jóvenes, que quieren hacer un cine más valiente, más artístico, no tienen los medios de producción para realizarlo. Entonces, la reacción natural es arreglárselas para que, con muy poco dinero y con lo que tienen a su alcance y talento, poder hacer un cine que valga muchísimo más que el que hacen las productoras inglesas.

Pero el free cinema trae una gran movilidad en los medios mecánicos para retratar la realidad. Eso todos estamos perfectamente de acuerdo con utilizarlo y con asimilarlo. Pero con lo que no estamos de acuerdo es cuando se insinúa que esa situación puede estar ocurriendo aquí en Cuba. Es decir, que aquí en Cuba algunos realizadores no cuentan con los medios para manifestarse en el cine y tienen que ir con poco dinero y con los medios que puedan encontrarse al caso, para manifestarse libremente. Eso es un hecho y una manifestación tendenciosa, que no puede tener base ninguna en la realidad nuestra.

No creemos que se puedan trasplantar estas manifestaciones que ocurren en otros países –repetimos– en una forma mecánica, porque lo que puede servir como estilo, no se puede confundir como actitud; es decir, también lo que es progresista para esos realizadores en Inglaterra –y a ellos para ser progresistas les basta con retratar algunos aspectos de la realidad que no sale jamás en las películas inglesas, y que por ser tan directos de la realidad son tan hirientes y sensibles a las esferas gubernamentales–, no es lo mismo en nuestro país. En nuestro país hay más libertad todavía para retratar no ya con esa aparente objetividad con que trata de hacer realizaciones el free cinema, sino que nosotros podemos ir mucho más lejos que esa aparente objetividad.

Ahora bien, en otros países se ha seguido el ejemplo del free cinema y se ha llegado a hacer de lo que eran simples medios para facilitar la realización del filmes con bajo costo, se ha llegado a identificar aquellos medios con un filme, se ha llegado a identificar el estilo con una actitud, con una actitud ante la realidad, y así tenemos que, aparentando una objetividad, se trata de hacer ver que la realidad puede hablar mucho más por sí sola de lo que una penetración correcta de su dinamismo, en la lucha entre lo viejo y lo nuevo, puede llegar a hacerse en el cine.

Nosotros nos preguntamos, si estas cosas están claras, por qué esos artistas, esos intelectuales, han llegado a tener un temor en lo que respecta a libertad de expresión; por qué inclusive han llegado a confundir que sus temores son los temores de todo el ambiente cultural. Yo creo y lo digo porque me parece que en esta reunión es una de las cosas que se debe abordar y que se debe manifestar, principalmente por los interesados en ella, por los afectados, o por los que se puedan sentir afectados en ella, este problema de la libertad de expresión y de la cultura dirigida. Porque nosotros vemos en esta actitud, al insinuarse que hay algunos compañeros en el gobierno que al no estar de acuerdo con determinadas manifestaciones de algunos artistas, se hace ver como si estos compañeros –y se ha mencionado inclusive la palabra– tuvieran una actitud estalinista. Ahora, es curioso porque esos compañeros a los que se les ha acusado de tal, en ningún momento rehúyen la discusión, en ningún momento rehúyen las reuniones para que se debatan y se aclaren todos los problemas; y sin embargo se nota cómo se es sensible y cómo por aquí aparece que entienden ellos esa libertad de expresión; cómo es que aparece que cuando unos artistas se expresan de una determinada manera y esa manera está puesta en duda, o se les pide que se les discuta, ellos no aceptan la discusión, no aceptan la polémica, como si fuera un atentado esa reunión a la libertad de expresión.

Yo creo que es muy bueno que pudieran hablar de eso para ver en qué se basan para tener esa actitud, porque si bien en la Casa de las Américas se aplaude el filme, esos mismos que aplauden el filme, piden después que prohíban el filme. Es decir, que no se llega a ninguna discusión en las organizaciones de masas. Y lo piden, no por lo que ha dicho algún compañero aquí, de que no se fuera a seguir fomentando un escándalo alrededor de una cosa que era pequeña (….). Es decir, que la actitud estalinista –si por ello entendemos el criterio de imponer, el criterio que se quiere imponer sin discusión alguna– casi se podría decir que esa actitud la tienen esos compañeros. La tienen porque, en lugar de haber querido ir a discutir el filme con esas organizaciones, se negaron a ello totalmente, a pesar de haber aplaudido el filme y de tenerlo por bueno (…).
(…) Cuando la Revolución comienza, no se puede decir que el pueblo tiene la conciencia que tiene hoy en día. Sin embargo, los compañeros que inician la Revolución no esperan para hacer la Revolución que el pueblo tenga la conciencia que tiene hoy en día, no hace falta esperar eso para comenzar la Revolución, porque los compañeros que empiezan la Revolución saben cuáles son las necesidades del pueblo y atendiendo a esas necesidades empiezan a hacer la Revolución, y en el contacto con ese pueblo se van beneficiando mutuamente, se van desarrollando unos y otros.

Es el caso también del artista, compañeros, no es el problema de esperar a que suba el pueblo, o a que bajemos nosotros, es un problema que él nos da y que nosotros les damos, y así nos vamos desarrollando mutuamente.

A nosotros nos parece que en estas reuniones y en estas discusiones todos podremos llegar a hacer el arte que puedan entender un día todos, sin que entren en contradicción, ni con la calidad, ni con lo positivo de las influencias de otros países, ni de otras épocas.

(Del capítulo «Discusiones de los intelectuales y el poder», reproducido en El caso PM.  Cine, poder y censura.  Madrid, 2012; versión corregida en formato ebook por Editorial Hypermedia, Madrid, 2014).

El asalto de Julio García Espinosa al Sindicato de Técnicos Cinematográficos

julio garciaUna mañana muy temprano, entre el 15 y el 20 de enero de 1959, recibí en el noticiero Cineperiódico una llamada muy misteriosa de Julio García Espinosa. Quería verme. Poco más tarde nos reunimos en el Bar Mera, justo en la esquina de la calle Ayestarán y Desagüe, apenas a una cuadra de Cineperiódico y a menos de cien metros del Sindicato de Técnicos Cinematográficos. Con él se apareció también un personaje llamado José Massip, el cual yo no conocía o conocía muy poco.

Allí se me planteó, después de algunos rodeos, una «misión patriótica»: tenía que ocupar, revolucionariamente, el Sindicato de Técnicos Cinematográficos.

Yo era la única persona conocida por ellos, que a su vez era miembro del Sindicato. Este era un Sindicato acusado de ser «mujalista» y donde supuestamente había muchas irregularidades. Mujal era el Secretario General de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) en época de Batista, un ex marxista de origen catalán, que había estado en contubernio con la dictadura. Finalmente, junto con un grupo de amigos revolucionarios armados, ocupamos el sindicato. Una vez allí, García Espinosa y Massip se nos unen y proponen abrir los archivos para buscar pruebas incriminatorias en contra de sus directivos. Yo me niego rotundamente y pido que se espere a poner el caso a disposición de un tribunal.

Había mucha confusión en esos días. Buscaban, principalmente, pruebas que inculparan al sindicato con la dictadura, para destituir la directiva y tomar el poder rápidamente. Lo cierto es que ellos querían salvar sus caras y por eso proponen que fuera un miembro de la Asociación de Técnicos quien tomara el Sindicato.

García Espinosa y Massip querían evitar que pareciera una intrusión desde afuera, sino una toma desde adentro. Yo había tenido muchos conflictos con el Sindicato por las arbitrariedades que cometían y que creía debían ser investigadas. Por lo tanto accedí, pero a la vez no me dejé manipular más de lo necesario. Sin embargo, aprovechando una hora que había poca gente allí, García Espinosa y Massip enviaron a otro grupo de milicianos, esta vez, con la intención de romper los archivos que estaban bajo llave.

Yo había llamado a Rafael Vilariño, un amigo que pertenecía al Directorio Estudiantil Revolucionario, un tipo valiente que ahora está [acabó] cumpliendo una condena de 30 años de cárcel acusado de «conspirar» contra Castro. Él llegó con su grupo de revolucionarios armados.

Había mucha tensión. Les explicamos que todo esto tenía que hacerse legalmente, que había que darle derecho a la gente de defenderse. La tensión subió, pero ante nuestra firme negativa los milicianos optaron por marcharse. Eso trajo por consecuencia una Asamblea, a donde citaron a miembros del Sindicato, incluyéndome a mí. Ahí estaba García Espinosa, José Massip y lo que luego sería el grupo político del ICAIC.

Ellos querían que yo presidiera la Asamblea junto al resto de los revolucionarios que habían tomado el Sindicato. Ellos estarían sentados en el público con los viejos miembros del Sindicato. Entonces yo debía, en una especie de ceremonia revolucionaria, entregarles el Sindicato a ellos, como representantes del Gobierno.

Yo me negué a esa farsa y me senté junto al público como un espectador más. Ahí se armó la gran algarabía, pedí la palabra y planteé todo lo que había pasado y por qué me negaba a esa maniobra. Eso les produjo un gran resentimiento hacia mí. Aunque no hubo una total ruptura, sí se produjo una gran desconfianza mutua. Finalmente aquella asamblea permitió que se entrara en un proceso legal. Se sellaron los archivos, se nombró una comisión que investigaría los hechos y eventualmente tuvieron que devolver el Sindicato a sus antiguos dirigentes. Por supuesto que no lograron lo que querían en ese momento. Recuerda que todavía estábamos en enero del año 59 y la Revolución era, entonces, «nacionalista» y «verde como las palmas».

Orlando Jiménez Leal
(De una entrevista con Fausto Canel reproducida en el libro El caso PM. Cine, poder y censura. Madrid, 2012).